Madame Brochet no se quería morir. Lo tenía claro. Tan claro como que ese jueves de noviembre le llovían noventa años. Sin embargo, Madame Brochet llevaba ya tiempo pidiendo el mismo deseo. Un sueño imposible, tal vez. Y lo hacía cada vez que cerraba los ojos y soplaba con fuerza las velas de su tarta. Volver a ser niña. Quizás por eso, aquel día decidió subir en el viejo columpio de su jardín sin imaginar lo que iba a suceder tan solo un instante después.