Con una depurada arquitectura verbal, en Los ojos del caballo palpitan voces y silencios que trazan los puntos cardinales de una cartografía de la inteligencia y de la sensibilidad. En ella se evaporan las fronteras entre la memoria y los espejismos del sueño, entre las mudanzas del tempo y del afecto, entre la conciencia de la muerte y la pasión por la vida.